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Alapryles y Diablitos

Madre no hay más que una.

Hay una ley universal: cuanto más petardo es el niño, más habla la madre de sus monerías. Parece como si la oxitocina se instalara permanentemente en sus cerebros de madre y las trasladara a un universo paralelo en el que su criatura no tiene una nariz horrenda, sino un perfil griego; una dimensión en la que ese niño odioso que le pega patadas a los perros es "un niño alegre, tan activo..."; un mundo ideal en el que la kinki de quince años es una adolescente rebelde, que, como decía Manolo Vieira, "no es mala, pero tiene eso...".

Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver, pero sí lo hay: el ciego que quiere dejarnos tuertos a los demás, el que, a fuerza de buena voluntad (es la única explicación que le veo) ha llegado al grado máximo de inconciencia  y de evasión de la realidad.

Todo esto viene porque el otro día pasé un momento de esos que no le deseo a nadie. ¿Conocen esa sensación de desasosiego cuando hablan con alguien a quien no pueden confesarle algo que le será de gran utilidad? ¿No se han sentido nunca un poco miserables por no poder decir lo que saben con certeza, por no poder sacar al otro del error, por ser incapaces de pronunciar las palabras que lo hagan aterrizar en el mundo real? Yo sí. El otro día, sin ir más lejos, una señora me contaba las excelencias de su hijo: que si era un as de los ordenadores, que podía hacer cualquier cosa y se pasaba media noche trabajando en el PC; que los idiomas se le daban muy bien, que andaba subtitulando series y películas en inglés por ahí, y que ahora le había dado por estudiar japonés, pero que lo que más le gustaba de todo era la Historia, que podía pasarse horas hablando de mitología, de dragones, elfos, trolls y todo eso.

Y yo no pude hacer otra cosa que escucharla y felicitarla por el hijo tan estudioso, tan listo y tan mañoso que tenía, aunque lo que el cuerpo me pedía era decirle: "Señora, ¿sabe usted en qué momento de la Historia poblaron la tierra los trolls, los dragones y los elfos? ¿A que no? Desengáñese. Igual su hijo se convierte en un Schilemann, o en un Bill Gates, o en un Antonio Gasset, pero de momento, lo que tiene usted en su casa es un friki como un día de fiesta".

Por cierto, mi madre decía (sic) que yo era muy lista. Pobrecita.

3 comentarios

Tu Madre -

Cuinpar, entra pacasa y pa la cama de margullo!

Cuinpar -

Ay, sí, que no está la cosa como para estar torpedeando vocaciones...

Conache -

ños, imagínate que el pibe se le convierte en un Amenabar, o qué coño! en un Tarantino. Haces bien querida Cuinpar en no entrometerte en la vida de la señora, a ver si no se entera.