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Alapryles y Diablitos

Petado por inventario.

No me creo un carajo a nadie que venga a decirme que hace lo que quiere cuando quiere. A nadie que se me venda como una caja de sorpresas, capaz de hacer cualquier cosa en el momento más inesperado, siguiendo sólo sus instintos (como ponerse a hacer unos spaghetti a las tres de la mañana, darse un chapuzón en pleno invierno...). Todos actuamos según el calendario, lo único que pasa es que cada uno tiene el suyo, sólo hay que pensar un poco para cogerle las vueltas y ya. Nunca volveremos a creernos imprevisibles.

Yo, por ejemplo, me he dado cuenta de que esos momentos de crisis existencial, de limpiar los cajones de adentro, de pensar qué coño estoy haciendo con mi vida, y decirme chacha, a dónde vas ligerita, por ese camino no es, no son momentos puntuales, ni necesariamente son fruto de un suceso fundamental que marque la ruta del futuro, para bien o para mal. Mis épocas reflexivas (créanme, a pesar de lo que pudiera parecer, las tengo) son cíclicas, como la economía. Sólo tuve que entenderlas para que no me pillaran desprevenida y me pegaran un susto saliendo de detrás de la puerta de la cocina de madrugada.

La mayoría de la gente hace balance en diciembre, con el fin de año, o el día de su cumpleaños, que son las dos fechas que de manera más despiadada nos recuerdan el paso del tiempo. A mí, por el contrario, el 31 de diciembre me deja igual, no pasa de ser un día en el que puedo comer todas las cosas más ricas del mundo, y beber un par de copas de vino más de la cuenta sin que la santa autora de mis días me mire con reproche; mi cumpleaños, igual, sólo que es un día en el que la gente me regala iPods, camisas bonitas, abrazos gratis y pendientes distintos de la suerte. Así, ustedes podrán pensar que pertenezco a esa raza de bohemios a los que el calendario les chupa un pie, pero no se me adelanten. Mi mes fatídico es junio, es el que realmente me agota y me escupe a la cara las carreras del reloj.

De la misma manera que me di cuenta de esto, me puse a pensar en la periodicidad de mis crisis, y mis catarsis y establecí de esta manera un calendario particular. Cada mes de junio, cada año de renovar el carnet y, flípenlo, cada Eurocopa, indefectiblemente, un centrifugado en la cabeza, una basurita en el ánimo y, más tarde o más temprano, una limpieza de cajones que a veces, como toda limpieza general, acaba con un buen puñado de cosas que se nos antojaban imprescindibles, separadas y colocadas en el contenedor amarillo más cercano (suelen ser cosas de plástico malo, de poca calidad).

Este año, para los que no lo sepan, la Eurocopa, la renovación del carnet y junio vinieron en manada. Disculpen las molestias que el inventario pueda estarles ocasionando.

 

1 comentario

María -

(pues para esto de los inventarios vienen muy bien los alapryles... o, si nos ponemos alternativos, las amapolas-de-california)