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Alapryles y Diablitos

Una de gimnasios

Una de gimnasios

Me van a permitir que hoy, desde este humilde espacio que sólo pretende marcarles la vida para siempre, les haga una advertencia: no se dejen engañar por la palabrería de los gurús, ni por los falsos consejos de esa amiga que en realidad lo que quiere es que lo pasemos tan mal como ella lo está pasando. El deporte es malo, querido lector. Muy malo. Malísimo. Y si además decides practicarlo en un gimnasio, previo pago, es peor aún.

De entrada, y para que te vaya quedando clarito que la forma cuesta, y que allí vas a empezar a pagarla, con sudor, tienes que elegir entre diez millones de disciplinas, que son tan fáciles de explicar como la utilidad de un condensador de fluzo o los principios de la física cuántica: bodyspinning, indoorcycle, combatdance, mortalcombatguachuflaim, bodybalancechunfli…

Cuando por fin eliges la forma de tortura que vas a financiar, entras a una sala rodeada de espejos (que en otras circunstancias podría tener su morbo, no digo yo que no), y te deslumbra un brillo que no aciertas a reconocer. Es la piel irisada bañada en autobronceador del Ken monitor, que te observa desde su tarima como el cura a sus fieles, esperando para impartir doctrina, sabiduría, salud y paz, con el disco de Soraya de fondo. Ken nos pide que “nos soltemos”, que “crezcamos con él”, “que perdamos consciencia de nuestro cuerpo”. Él no sabe que desde hace media hora ya no tengo consciencia, ni de mi cuerpo ni de mi mente, porque a mi lado se contorsiona (mientras no para de cotorrear) una de esas señoras que tiene la sensación de vivir a dieta desde los doce años (si realmente viviera a dieta, ya estaría delgada), y que cree que en el bodycombatmortalbalance o como quiera que se llame eso en lo que estamos apuntadas, está el remedio a todos sus males, los físicos y los otros. Yo, como la veo tan ilusionada, y en el fondo no soy mala, reprimo mi impulso inicial, y no le pincho su burbuja de esperanzas. Le doy la razón en todo, entono con ella sus loas a Yeray, el Ken monitor, entro en trance con el ritmo ochentero de Soraya  y sonrío. Ken, a su vez, me sonríe a mí. Cree que ha captado otra fiel. Lo que no sabe es que sonrío porque ya he decidido no volver jamás, y porque estoy pensando en el myolastán que me tomaré en cuanto llegue a casa.

Y es que el deporte, queridos, si no hay un mando y una pantalla por medio, no es deporte. Es tortura malaya.   

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