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Alapryles y Diablitos

Mi semana santa

La semana santa siempre fue una de mis épocas favoritas del año. Como un oasis en medio del desierto aparecía una semana de vacaciones escolares y, más tarde, cuando una ya tuvo edad de viajar sola, diez o doce días de recogimiento al más puro estilo andaluz: fino, jamón y manzanilla; una suerte de via crucis por todos los bares de la ciudad y un domingo de resurrección más milagroso que el que se celebra realmente.

De pequeña, lo que más me preocupaba de la semana era la falta de variedad televisiva. Afortunadamente siempre fui aficionada a las películas de romanos, y la misa desde el Coliseo me parecía la mejor obra de teatro a la que podría asistir nunca. Luego, de adolescente, las preocupaciones fueron por otro camino: “Ojalá mis notas sean estupendas para que me dejen viajar”, “¿De dónde puedo sacar la pasta que me falta para gastármela en cerveza?”, “Por favor, Dios, si hace buen tiempo voy a creer en ti, pero esta vez de verdad”, y así.

Ahora, que parece que se acerca la edad adulta (antes muero que reconocer que me hago vieja), la vida me lleva al buen camino. Veo la semana santa como una época de recogimiento, pero de verdad, como una época de reflexión; incluso estoy pensando seriamente si afiliarme o como se llame, a una cofradía de esas. El año pasado estuvimos planeando la creación de la cofradía de Nuestra Señora del Lado Oscuro, y no se crean que había pocos candidatos a esclavos mayores. Imagínense, un paso con la imagen de Darth Vader, con toda la guardia imperial a sus pies y la marcha imperial sonando a todo trapo por las calles de La Laguna y díganme ahora que esta herejía no es el sueño de cualquier friki. Si la iglesia se pusiera las pilas en este sentido, otro gallo le cantara. Seguro.

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