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Alapryles y Diablitos

Una tarde en el circo.

Si a una persona no le gustan, por decir algo, el bubango, la calabaza, los berros ni las espinacas, sería de locos pensar que le gustara el potaje de verduras. A mí no me gustan los payasos, no suelen hacerme gracia; me dan una pena terrible los caballitos pony (como en la canción de Hidrogenesse: "...no hay nada más triste que los caballitos pony") cuya misión en la vida se reduce a dar vueltas sincronizados con una señora llena de plumas alrededor de una pista; no soporto la idea de pensar que los tigres y los leones (¿por qué llamarán al león "rey de la selva"? ¿Alguien sabe de una selva en la que vivan leones? ¿No vivían en la sabana?) pasan el ratito que no están saltando a través de un aro de fuego metidos en una jaula minúscula; me estresa pensar que el trapecista y el equilibrista pueden partirse hasta los ojos al más mínimo despiste y que uno de los leones de antes, por venganza, o por despiste, cierre la boca cuando el domador de turno tenga metida su cabeza allí dentro, entre tanto diente. Pues bien. Como yo soy una mujer de contradicciones, si pienso en todos estos elementos por separado me entra una cierta angustia, una mezcla de miedo, tedio y repelús, una sensación que no sé muy bien cómo describir. Pero dénmelos todos mezclados y alucino. Me encanta el circo, me intriga ese halo cuasi místico que rodea a sus gentes, ese espíritu de titiriteros (cómicos: duermen vestidos, viven desnudos, beben la vida a tragos, que decía Víctor Manuel). Vuelvo a los cinco años, no a la tarde en que mi padre me llevó conocer el hielo (perdón por la referencia facilona), sino a la tarde en que mis tíos, hartos de cuidarnos y sin saber qué hacer con los cuatro mocosos, nos metieron en la carpa a cantar con Teresa Rabal y a partirnos de risa con los payasos. No sé bien qué ocurrió aquella tarde, pero lo cierto es que cada vez que tengo "el mayor espectáculo del mundo" cerca de mi casa no puedo resistir la tentación y me siento en la butaca con la misma emoción que entonces.  Suerte que casi siempre he tenido a mano al hijo de algún amigo para disimular, y lo uso como excusa: "Nah, no te preocupes, me dejas a mí a la niña esta tarde, yo me la llevo al circo y así tienen ustedes un ratito libre". Este año no sé a quién le tocará, supongo que a Silvia. Ojalá dentro de unos años la enana recuerde la tarde de circo con el mismo cariño que la recuerdo yo ahora.

2 comentarios

Cuinpar -

¿En serio me prestas a David? Mola!

Marta -

Mujer, acuérdate de David, con lo bien que te cae, y lo que te gustan sus conversaciones.