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Alapryles y Diablitos

La estafa de la autoayuda

Los libros de autoayuda son uno de los grandes males de la sociedad actual. Si me apuran un poco, diría que su mera existencia, y la de sus autores, por descontado, es la causante de la crisis económica, energética, del calentamiento global y de la muerte de la madre de Bambi. Son el demonio, si nos ponemos religiosos, Iker Casillas, si nos ponemos italianos.

No entiendo cómo puede haber gente que se lea de un tirón esa sarta de mentiras, tópicos y sandeces escrita con una prosa dañina para los sentidos, y que encima intenten poner en práctica sus consejos. "Si te quieres a ti mismo, los demás te querrán",  "mírate al espejo y repite con fuerza que eres increíblemente guapa", "cuenta hasta tres antes de agradecer un halago, porque te lo mereces". ¿Qué coño dicen? Igual el lector, (o la lectora, no seré yo quien boicotee a la Ministra Aído) en cuestión es un Fernando Tejero de la vida, y más insoportable que Lidia tuhijaestáviva Lozano, y eso no tiene arreglo, por más que se lo repita uno al espejo. Con esto no estoy faltando al lector de este tipo de obras. No es mejor el que se duerme embelesado con los relatos de Vida Tinta, que el que sueña con El Alquimista, o con Déjame que te cuente, por más que yo considere que los zapatos de María Hernández, la autora del primero, debería limpiárselos Paulo Coelho y sacarles brillo Jorge Bucay, que perpetraron los otros dos. Lo que quiero resaltar, precisamente, es el poco ingenio, el poco talento y la mucha cara dura de los que se dedican a escribir cosas como ¿Quién se ha llevado mi queso?, Sopa de pollo para el alma, o No sé si casarme o comprarme un perro. El título del primero parece de una novela de intriga para niños, el del segundo un recetario de cocina para solterones y el del tercero una comedia romántica de las de siempre. Pero los tres, igual que sus autores, nos engañan: los títulos por su contenido, los autores, por su reconocimiento.

A veces, a la psicópata que vive dentro de mí le dan ganas de escribirles unas bonitas cartas, a mano, como las de antes, diciéndoles que ya está bien. Que se monten un chiringuito de gurús, de falsos psicólogos, pero que dejen en paz a la literatura. Que dejen de amasar fortunas a costa de los millones de incrédulos que para disfrazarse de cultos compran sus libros. Que se quiten la máscara de una vez y reconozcan que todo ha sido un engaño, una estafa perfectamente orquestada. No lo hago porque, en el fondo, tengo miedo de que con eso les esté dando pie para otro volumen.

2 comentarios

Cuinpar -

Jajajaj! Pues que sepas que dos de mis clientes, que compraron La Gaceta hoy y leyeron el palique, vinieron luego a preguntarme por la editorial del libro y todo.
Los perros esos de coche, los pastores alemanes infames que movían la cabeza en las curvas y en los baches, también me gustan ;-)

María -

Considerando que soy de tamaño familiar y que calzo un majestuoso 41, cualquier pobre criatura que me vaya a limpiar los zapatos debería armarse de paciencia y de instrumental adecuado (que lo venden en el Leroy Merlin justo al lado de los cepillos gigantes esos con los que se barre el fondo de las piscinas)... Por favor, no me digas esas cosas... No sólo porque no me las merezco, sino porque me tienes toda ruborizada y con todas las alertas encendidas, en una búsqueda incesante de perros de porcelana...