La mala memoria
¿Se acuerdan de Doris, el pescadito que acompañaba al padre de Nemo a buscarlo por esos mares de dios? Era un personaje en el que el rasgo característico de los peces, la mala memoria, quedaba de manifiesto de una manera descomunal, era incapaz de recordar nada por más de tres segundos y eso la dotaba de una gracia particular. Yo tengo una amiga que no se cansa de compararme con el pececito en cuestión, como tampoco se cansa de sufrir mis olvidos (es que tiene una paciencia, la chica, que ni el santo aquel... ¿cómo se llamaba? Bueno, es igual).
Yo he intentado poner cartas en el asunto, en serio, pero no hay nada que hacer. Y visto que no puedo remediarlo, le busqué una explicación científica, que puede que no sea muy útil, pero ¿y lo bien que voy a quedar desarrollándola? Bien, al grano: mi cerebro es como un ordenador. Tiene un procesador, más o menos limitado, un ventilador para cuando se recalienta, un monitor, una cantidad de memoria RAM y un disco duro de una capacidad concreta. Como en cualquier máquina de este tipo, el rendimiento está supeditado a las características del sistema, y su capacidad de almacenamiento también. Pongamos que usted tiene en su PC de sobremesa un disco duro de 150GB y quiere bajarse, previo pago del canon, la discografía completa de Frank Zappa, la de Barry White, la colección de películas de Marisol de Cine de Barrio y la banda sonora de Sor Yeyé. Pongamos también que usted tiene dedicada una cantidad concreta de megas a actividades imprescindibles para el funcionamiento de la máquina. Por lo tanto, si quiere archivar sus nuevas adquisiciones, se verá obligado a eliminar cosas superfluas. En el caso de mi cerebro, ocurre de una manera similar. Mi capacidad de almacenamiento es limitada y mi ansia de acumular insaciable. Tengo reservada parte del disco duro para cosas imprescindibles: los nombres de todos los caballeros del Zodíaco, de todos los alumnos de Hogwarts, de todos los novios de Ana Obregón (por orden cronológico y alfabético) y cosas así. Luego también están cosas más mundanas, como la dirección de mi trabajo, la cara de mi abuela, los años que tengo, etc. Cada vez que intento almacenar una nueva información, me veo obligada a borrar un dato ya grabado, y puestos a elegir, prefiero cargarme el último recado que me dio mi amiga (urgentísimo e importantísimo) que la sintonía de las series de mi infancia. Es así. No es que tenga mala memoria, es que selecciono muy bien lo que quiero recordar.
5 comentarios
Anónimo -
Te quiero mucho :-)
El Señor -
Cuinpar -
A saber lo que habré tenido que borrar para guardar eso...
María -
María -
Oiga, y ya puestas, ¿el que decía "superfluosidades" quién era? ¿Manolito el de Mafalda?