Con las manos en la masa

Mi amiga Ángela siempre me dice que yo puedo hacer lo que me proponga y lo dice, desde mi punto de vista, por dos razones: primero, porque me quiere mucho y segundo, porque nunca he querido castigarla con mis infructuosos intentos en el mundo de la repostería. Es cierto que los primeros y segundos no se me dan mal, pero lo del postre me cuesta concretarlo (los lectores malintencionados deberán abstenerse de tomarse esto como una metáfora de mi vida real).
Hoy intenté, por cuarta vez, si mal no recuerdo, hacer una de mis golosinas favoritas, un dulce a base de nata, piña y leche condensada, receta maravillosa a la que la santa autora de mis días recurre a menudo, para deleite de mi paladar y el de mi abuela, auténticas forofas de lo dulce. La receta de mi madre da como resultado un bloque compacto, dulce, pero con un toque de acidez maravilloso. La mía, las tres veces que lo intenté, era dulce, un poco ácida, pero con una textura que era una mezcla entre papilla y arroz con leche, que no está mal, pero no era de lo que se trataba. Si hubiera sido otra cosa lo habría dejado a la primera, como mis clases de Kung-Fú, el Yoga, las clases de Solfeo, el gimnasio... sin embargo, esta vez andaba en medio mi estómago, y éste no se rinde nunca. Poco tardó mi madre en darme la solución: “hija, necesitas dos sobres de gelatina de naranja para que coja consistencia”. A decir verdad, sus palabras fueron “JAJAJAJAJA!!! Ay, tan lista para unas cosas...JAJAJA...¿No se te ocurrió que necesitabas gelatina? JAJAJAJA”. Pues no, señora, no se me ocurrió.
Total, que me lancé otra vez, cual Eva Arguiñano, a la creación de MI postre, esta vez con todos los ingredientes, y pensando ya en la cara a poner cuando pudiera cortarlo con un cuchillo y no recogerlo con una cuchara. Altiva y orgullosa, cual Pantoja del brazo de Cachuli (“dientes, dientes, que es lo que les jode”), me sentía como Bárbara Rey desafiando a Sergi Arola, mezclo, preparo y enfrío, en tres moldes separados, uno para la Almu y Lolo, otro para myself y otro para celebrar en el curro que hemos terminado el campo más horroroso que recuerdo. Podría terminar este post aquí y todos pensarían que finalmente me salí con la mía, que recibí ovaciones como Saray en la última gala de operación triunfo o que me sacaron de la oficina a hombros como a José Tomás de la Maestranza. Sería un post con moraleja, del tipo “el que la sigue la consigue”, o “con trabajo duro todo se puede lograr”... y una mierda. Acabo de venir de la cocina. Mi parte del postre sigue sin cuajar, ahora es un arroz con leche más espesito, con unas bolitas minúsculas de gelatina repartidas por ahí. Lo peor de todo es que hice una tonelada, suponiendo que me iba a salir espectacular y justo esta semana, que el estrés de las clases, el trabajo y lo mío me tiene la barriga descompuesta, me lo voy a tener que mandar yo solita, porque a ver cómo le plantas a nadie eso delante para que se lo coma.
Pues eso, que los que la siguen no siempre la consiguen (véase Ana Obregón) y que paso de los postres, aunque tengamos que celebrar el fin del trabajo con una carne con papas.
5 comentarios
Amparo -
la repelentita niña vicentita -
Lo que intentas hacer se llama bavaroise (que yo sé de esas cosas) y también se puede hacer de piña o fresa 4xampol, y con una salsita para acompañar a base de almíbar. Si te portas bien te paso un par de recetas :P
yo mismita -
y a ti, rubia, ¡Bienvenida al blog! Ha ganado usted un taper de dulce, versión 1.5, a compartir con su Lolo, al que ya estoy echando en falta por estos lares...
Almudena -
el señor -
Eres una maquinota, mi Saraisita!