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Alapryles y Diablitos

El Grinch

Ya sé por qué no me gusta la navidad. Por qué me pongo insoportable estos días; por qué mi mal humor se eleva a la novena potencia y me salen ronchas con el espumillón, y quiero mutilar a los papásnoeles de los centros comerciales; por qué sueño con que le aplican la ley de extranjería a Baltasar y empapelan a los otros dos por pederastas; por qué me apetece poner al niño jesús del portal justo debajo del culo del caganer; por qué me gustaría que el mensaje de nochebuena lo diera Yola Berrocal, y las campanadas sonaran a las tres de la tarde, para acabar cuanto antes con el suplicio.

Todo es producto de un trauma de infancia. Un trauma producido por el hijo de un grandísimo vagón de p**** que decidió que la navidad, para ser navidad, tenía que ser deprimente, y que la mejor forma de jodernos la vida era componer cosas como "la nochebuena se viene/ la nochebuena se va/ y nosotros nos iremos/ y no volveremos más" (uuhhh, nos vamos a morir, la vamos a palmar, a cascar, a criar malvas, caput, finito...). Seguro que es la misma mente perversa que compuso aquella de parchís "Ven a mi casa esta navidad" (escúchenla aquí, o lean la letra en este otro sitio y díganme si no tengo razón). La oyes y te apetece espetarle a la cara: "No pienso ir a tu casa, sádico de las pelotas, que tú lo que quieres es hacerme llorar".

Puede ser una buena forma de explicarlo...

 

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