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Alapryles y Diablitos

Así sí

Mis novios y yo les deseamos Feliz Navidad. Que así me gustan las fiestas hasta a mí ;-)

Lunes musicales

Hoy dudé. Pensé en ponerles esto, pero luego me di cuenta de que era un rollo demasiado normal y que no tenía mucho sentido, y que ni la lupe iba a comentar. Entonces para conseguir setecientos comentarios, y amenazas de muerte y todo, decidí ponerles esto otro. Pero como en el fondo tengo buen corazón, y aunque sean ustedes unos lerdos y unos infelices, les tengo cierto aprecio, les regalo esto de aquí. (Ya lo usó Ella una vez, pero no me lo tengan en cuenta).

Es que llueve y mi casa tiene goteras, ¿saben?

Buen lunes

Por qué nos gusta House

Con las series de televisión pasa un poco igual que con las personas. Nos acostumbramos a ellas, a su ritmo, a sus manías, a sus defectos y a sus virtudes, a su manera de hablar; les tomamos un cariño casi patológico, ese que hace que sólo nosotros podamos hablar mal de ellas y que no permitamos bajo ningún concepto que nadie más le falte en nuestra presencia. Poco a poco, suele suceder que vamos cambiando, de hábitos, de ideas, de costumbres, y un día, nos damos cuenta de que hemos mandado a freír bogas a quien creíamos insustituible. Y que no lo llevamos nada mal. Entonces empieza otra vez el proceso. Hasta que volvemos a coincidir, y retomamos los ritmos, los hábitos, los horarios, el lenguaje, y todo vuelve a ser como era antes.

A mí eso me ha pasado infinitas veces. Con las personas y con las series: con cada parón de ‘Lost’, con el relleno de ‘Naruto’, con los finales de temporada de ‘Prison Break’ (hasta nuestra ruptura definitiva, que eso también pasa). La última ha sido con ‘House’, la serie, y a la vez con Greg House, el personaje. De repente recordé por qué fue durante una época mi serie favorita, por qué dejaba lo que estuviera haciendo para sumergirme en los pasillos del hospital y gritar hurras cada vez que acertaba un diagnóstico. Me gusta House porque es capaz de diagnosticar a un paciente sin pedirle que se quite la camisa, y sin auscultarlo siquiera. Porque se permite el lujo de no hablarle más que lo estrictamente necesario, que suele ser bien poco. Porque no se pone la bata, no sea que se den cuenta de que es médico y lo hagan trabajar; porque toca el piano en la soledad de su piso. Porque en algún punto yo quisiera ser como él. Quisiera ser brillante en lo mío (sea lo que sea), vestirme como más cómodo me resulte siempre y trabajar cuando me dé la santa gana. Responder todo el rato con ironías y no necesitar a nadie. Tener siempre la razón.

Me pasó algo parecido en mi adolescencia con Fox Mulder, pero esa es una etapa superada. Mulder decía "La verdad está ahí fuera". House ha demostrado que no, que la verdad la tenemos dentro, bien adentro, y que si él no interviene nos vamos a morir. Un fiel reflejo de este tiempo en el que nos ha tocado vivir, en el que tu adorable vecino puede ser una bestia parda, en el que todos escondemos algo jodido dentro, en el que una tosecita puede ser el indicio de un cáncer mayor.

It's my party, and I'll cry if I want it...

Hoy cumple 30 años la Constitución Española. El London Calling de los Clash y yo, 29, los mismos que debe llevar mi madre preguntándose si no habría sido mejor un perro...

Mi cruzada particular

Una de las recomendaciones imprescindibles de cualquier libro de autoayuda o de psicología de baratillo es que nos repitamos delante del espejo unas cuantas veces lo maravillosos que somos y lo guapos, y lo listos y todo. Como si a fuerza de repetirlo se fuera a hacer realidad.

Tenerife antes era un lugar caro, en lo que a electrónica se refiere, en el que los geeks, los pobres, tenían que empeñar las joyas de la familia si querían comprarse cualquier aparatito con luces y botones. Afortunadamente, llegó la gran multinacional azul a salvarnos, y ahora es todo barato, muy barato. No hace falta que nos molestemos en mirar en otro lugar, sólo ellos tienen esos precios. Seguro. Lo repetí tanto, y me lo repitieron, que me lo creí. Lo que no consiguieron los sicólogos de salón lo consiguieron las vallas de autopista, y los folletos encartados en prensa. Y los del buzón. Y los anuncios de la tele. Y los de la radio. Y mi madre, que también se lo había creído.

Los de azul, viendo que ya habíamos caído en sus redes, se vistieron entonces de rojo. Nos dijeron que nos estaban tomando por tontos, y que ellos nos tenían en muy alta estima, y no nos iban a engañar, que en ningún sitio íbamos a estar mejor que entre sus estanterías, que nadie iba a tratar mejor a unos consumistas medio inadaptados como nosotros. Y volvimos a picar. Lo que pasa es que los de rojo nos quedaban un poco más lejos, así que vamos a los de azul, si total, es lo mismo, les compramos una tele, la llevamos a rastras hasta casa, la montamos y descubrimos una protuberancia extraña en lo alto. No nos preocupamos, porque tenemos quince días para cambiarla por otra, o para recuperar nuestro dinero íntegro, porque aunque la tele se ve perfectamente, nos conocen tan bien que entenderán que es nuestro derecho tener una perfecta, sin desencajar; sin bultos, ni quistes, ni nada que pueda sacar de quicio al Monk que llevamos dentro.

Lamentablemente, lo que no nos dicen en la publicidad, es que en un caso como este, bastante parecido a un intento de estafa, que diría mi querido Iñaki Gabilondo, tendremos que liarla gorda en la tienda, tendremos que exigir nuestros derechos como consumidores con la vena del cuello a punto de estallar, al más puro estilo María Patiño; justificar, innecesariamente, por qué hemos tardado cuatro días en reclamar, en vez de haber ido inmediatamente, negarnos a abandonar el edificio sin lo que, según la ley, nos pertenece.

Uso este espacio semanal hoy para una cruzada personal y espero que puedan perdonarme: sepan, queridos lectores, que Tenerife no es ahora más barato que antes. Y que, digan lo que digan, nos toman por tontos.

Lunes musicales

Dentro de una semana vendrá este señor (aunque yo he pasado muy mucho de su último disco). Voy a empezar a cantar a gritos, a ver si se me pasa esta congoja de viejuna que me da todos los años por estas fechas, ay...

Buen lunes, jóvenes :-)

Lo más de lo más

Hace un par de días, dando una vuelta por Internet, encontré una página con la lista de las 25 películas más peligrosas de todos los tiempos. Tengo que decir, en honor a la verdad, que yo no termino de entender a los que pierden su tiempo creando listas de estas, un esfuerzo que me parece tan inútil, por improductivo, como intentar entender el lenguaje secreto que usa Manuel Fraga en sus discursos. Claro, ahora ustedes también podrían decir que la redacción de estas líneas también es poco productiva y que nadie se queja, y que a Fraga, si te empeñas un poco y pones oído le puedes entender casi todo, pero ese no es el tema. A lo que iba es a lo de las listas y clasificaciones y a esta de las películas en particular.

Miren, yo entiendo que haya una lista de los mejores deportistas de todos los tiempos, de los mejores jugadores de póker, de las personas más ricas del mundo. Lo entiendo y lo acepto, aunque no termine de comprender la necesidad de establecer un top-ten de lo que sea, porque son cosas cuantificables: fulanito es la persona más rica del planeta porque tiene más dinero que nadie; menganito es el mejor tenista porque ha ganado más partidos que los demás y así con todo. Listo. No hay discusión posible. Pero lo otro... ay, yo lo siento, pero mi alma no puede resistirse a contradecir cualquier subjetividad, aunque sólo sea por el mero hecho de poder llevar la contraria.

De entrada, no entiendo a qué se refieren con peligrosas. Supongo que serán películas que nos remueven nuestras más bajas pasiones, y nuestros instintos más primarios, o cualquier cosa de esas que se supone que tiene que despertar en nosotros cierto tipo de arte. Que nos dan ganas de convertirnos en animales, vaya. Pero, qué quieren que les diga, cuando veo que la primera película es Bonny &Clyde, el argumento se me viene abajo. Por ahí están también "Cabeza Borradora","La Naranja Mecánica", "Asesinos Natos", "Boys don't Cry" y hasta "La parada de los monstruos", y les aseguro que a mí al verlas, ni me dieron ganas de salir con un fulano a robar bancos, ni de ponerme un bombín y un bastón, pintarme la cara de blanco y salir a pegar palizas, ni de hacerme transexual ni nada de nada. La única película de la lista que me causó deseos de hacer algo malo fue "Dancing in the Dark", pero más por las ganas que tengo de que Björk desaparezca de la faz de la tierra que por otra cosa. Igual es que no tengo sensibilidad. O que lo de ser brutita, en mi caso, ya venía de fábrica.

Lunes musicales

Es curioso esto de Internet. De repente nosotros, que nos creíamos los más antisociales del mundo, los más salvajes, los más indolentes y los más escépticos con todo lo que no se refiera a nosotros mismos y a nuestro entorno más cercano, un día nos descubrimos preocupados por el estado anímico y de salud de otro bloguero al que ni siquiera ha visto en persona nunca jamás en su vida. Y le cuelga un vídeo para darle ánimos y buen rollo.

A todos los demás buen lunes, también :-)

Lo que no te mata, ¿te hace más fuerte?

Alguna vez he hablado de lo inconscientes que hemos sido todos de niños, del poco miedo que, la mayoría de las veces por ignorancia, más que por desprecio a la muerte, nos causaban cosas que ahora nos producen terror. Puede que tenga que ver también con los avances de la ciencia, y los nuevos descubrimientos, no digo que no, pero también es cierto que lo que ya se sabía cuando yo empezaba a tener uso de mi poca razón me la traía bastante al pairo. La recompensa de la diversión siempre le ganaba a la amenaza insalubre.

Les hablo de esto porque es en estos días que me he enterado de que las planchas de Uralita (hechas de cemento y amianto) son malas malísimas, y que tienen que venir unos señores forrados (de ropa y de dinero, pienso, al ver lo que cobran) a retirarlas y a llevárselas a un lugar secreto donde no haya peligro, porque parece que si se rompen y uno respira accidentalmente las minúsculas pelusillas de fibra que desprende, se puede coger un cáncer de los gordos. Yo no sé ustedes, pero yo crecí al lado de un barranco y detrás de un descampado donde no era difícil encontrar planchas de estas, y las partíamos todas las veces que hiciera falta hasta que tenían la longitud apropiada para hacernos una caseta más chachi que los de la calle de arriba, así que espero que entiendan que esta vez mi miedo está fundamentado y no es otra aprensión de mi cabeza de loquita. Es más, para que me tomen en serio de una vez por todas y entiendan mi terror y, a ser posible lo compartan, porque soy así de generosa, me he molestado en hacer una pequeña lista de cosas que hacía de chica y que parece que me van a llevar a la tumba prematuramente:

1.- Partir Uralita

2.- Jugar con mercurio de los termómetros

3.- Beberme a buches y a escondidas el "Calcio 20"

4.- Morder gomas "Milán"

5.- Echarme tierra en las heridas

6.- Jugar con alambres oxidado

7.- Hacerme dibujitos con el pegamento Imedio en el dorso de la mano.

Aunque releyendo esta lista, incompleta, por otro lado, lo que me viene a la cabeza es cómo no la he palmado ya. O cómo demonios es que no tengo superpoderes, si el guanajo de Peter Parker consiguió todo lo que consiguió con una simple picadura de araña...

Lunes musicales

Todos nos hemos sentido alguna vez tan ridículos, tan ridículos, que hemos tenido ganas de taparnos la cabeza con una manta y encerrarnos para la eternidad en nuestro cuarto. Luego nos damos cuenta de que escondernos es inútil, pues siempre habrá alguien que guarde en su cabecita el motivo de nuestra vergüenza y lo rescate en el momento más inoportuno. (Ay, me acabo de acordar de una escena de 'Olvídate de mí'. Si no la han visto, no sé a qué esperan, gandules)

Pues así, ridículos y avergonzados, se tienen que estar sintiendo esta mujer y su cuerpo de baile ahora. O no.

Buen lunes.

Incógnita

Justo cuando uno encuentra la respuesta a una pregunta que se lleva haciendo mucho tiempo, toda una vida, casi inmediatamente surge otra que nos vuelve a dejar con esa sensación de desamparo que dan los enigmas existenciales.

Ahora lo sé: en una pelea entre dios y Supermán, ganaría Supermán, claramente, porque dios no existe. Pero ¿y en un capítulo de Dexter y el Sr. Monk? ¿Quién se llevaría el gato al agua? ¿Eh? ¿EH?

En caso de accidente

Cada vez que voy a un aeropuerto comprendo cómo se sentían el maestro Yoda y Obi-Wan Kenobi antes de su última batalla. Sé, con certeza, que voy a morir. No lo sospecho, ni me da la impresión de, ni siquiera me asusto por la remota posibilidad de que pueda ocurrir. Simplemente lo sé, estoy segura, y lo asumo con la mayor dignidad posible que, dicho sea de paso, no es mucha. Si soy yo la que va a viajar, sé que mi avión va a partirse en millones de pedacitos, y que todos nosotros nos vamos a partir con él y que van a tardar catorce meses en reunir el 93'5% de lo que fue mi cuerpo, porque el resto se habrá desintegrado. Si, por el contrario, voy a recibir a algún viajero, la paranoia es más absurda aún si cabe, porque en ese caso, de lo que estoy segura es de que el avión en el que llega se estampará contra los cristales del aeropuerto y sanseacabó para todos.

Por eso ya he dejado de hacerle caso a las recomendaciones de seguridad que hacen las azafatas. Por eso y porque son inútiles, claro. ¿Qué se creen? ¿Qué no nos damos cuenta? Para empezar, te enseñan a usar un chaleco salvavidas que está dobladito debajo de tu asiento. Muy útil en el caso en el que la catástrofe tenga lugar en medio del continente. ¿Por qué carajo no ponen un paracaídas, en vez de un flotador? Porque de todas formas vamos a palmar, por eso. Además, te lo explican todo con esa sonrisita que más que generar confianza, lo que te hace pensar es que ellas saben algo que los demás no sabemos, o que ellas sí tienen paracaídas, y además, saben donde está la anilla. Luego está lo de la mascarilla esa de despresurización, y sus instrucciones infernales, acompañadas por la recomendación más condescendiente de la historia: "asegúrese de colocarse su mascarilla antes de ayudar a otros pasajeros". ¿Qué piensan que soy? ¿Una tarada? ¡Obviamente me voy a poner la mía primero, y la voy a apretar bien fuerte, y la voy a defender con uñas y dientes! ¡Y si puedo robaré la de la vieja de al lado, que los ansiosos necesitamos más oxígeno que los de la tercera edad, que el corazón les late más lento!

 Pero de verdad lo que hace que me hierva la sangre es la recomendación final, que comparten las aerolíneas con todos los simulacros de incendios, inundaciones y cualquier catástrofe: "Deben dirigirse tranquilamente hacia la salida que está en no sé dónde, sin correr. Deben mantener la calma". Vayan a explicarle eso a una turba enloquecida por el pánico de un accidente real, infelices. Sepan que si algún día eso me ocurre, voy a salir corriendo desaforada, gritando como loca: "¡Nos vamos a morir! ¡Nos vamos a morir!" . Y que tonto el último.

Lunes musicales

Recién aterrizada, con las marcas de mi politoxicomanía aeronáutica (eso significa que me drogo en los aviones, troncos), la angustia de ver cómo mi Pilar y mi Alonso me sacan unos diez centímetros cada uno (yo los vi nacer, ingratos, no pueden hacerme eso) y con unos días duros por delante, les dejo aquí la canción de la semana. Nada particular, pero es que me emperreté con ella y con el perro andaluz sin domesticar...

Y ya sé que no es lunes, sino martes, pero el blog es mío y me lo **llo cuando quiera.

Bienvenida (o algo).

Habrá que buscar un plan B...

El plan para dominar el mundo en su totalidad era bastante sencillo. Lo desvelo ahora porque ya no tiene ningún sentido. Primero, iba a resucitar, revivir o refabricar, como ustedes prefieran, a todos las razas de dinosaurios de las que tuviera noticia. Disfrazaría el proyecto de inocente parque temático, así, a la vez que me libraba de especulaciones y sospechas, mis hermosas criaturas conocerían de cerca la especie a la que habían de dominar y someter. Iba a ser necesario también tomar el control de, al menos, un hospital, por las bajas que pudiera haber entre mis acólitos (los demás me importan un carajo). En el hospital habría un pediatra guapísimo y encantador, una jefa de médicos coja y lesbiana, otro médico, también mono, pero menos (el ser más jovencito y tan pijo le quita encanto), y también un médico negro con un hijo sordo, por aquello de la multiculturalidad, y la inserción de discapacitados (todo por no llamar la atención desde el principio). Utilizaríamos mucha epinefrina, una medicina maestra, como las llaves, y se la inyectaríamos a todo aquél que estuviera a punto de morir y se salvaría por arte de magia. Por el contrario, todo aquel que recibiera un pinchazo de dopamina, moriría unas dos escenas después (no me pregunten por qué. Es así).

A esas alturas, yo ya estaría trabajando en una empresa de alta tecnología, y le levanto el ascenso a un tal Tom Sanders. No les cuento qué pasa luego porque la historia tiene algún detalle escabroso y supongo que esta es una columna para todos los públicos. Ahí empieza mi guerra, y mi lucha final. Afortunadamente, contaría con la ayuda de Ibn Fahdlan, un joven al que habían expulsado de su tierra natal y que se uniría a mí en mi noble causa y en el camino hacia la victoria final. (La verdad, lo obligaría a unirse, porque la historia con Tom Sanders no había salido bien, el pediatra guapo del hospital no me hacía ni caso y este tenía un cierto parecido con Antonio Banderas, que para un remiendo no está mal.)

Lamentablemente, les estoy contando todo esto porque ya no sirve de nada. Quedaban demasiados cabos sueltos y Michael Crichton ya no podrá seguir desarrollándolos. Una lástima.

(Obras del susodicho mencionadas de soslayo, por orden de aparición: Parque Jurásico, Urgencias, Acoso, El Guerrero Número Trece)

Un poco de cultura musical (para los que parece que no tuvieron infancia, los pobre...)

Astroyorch, en el post anterior, preguntaba por la canción de la gallina esdrújula, y terminaba de confirmar mis sospechas: hay gente que no ha tenido infancia. No encuentro otro argumento para explicar el desconocimiento de esta maravillosa obra de la música de todos los tiempos. Además, afirmaba también mi cuate astrofísico, que de gallinas sólo se sabía aquella de una que iba con el huevo en el culo. ¿Y la gallina cocoguagua? ¿eh? ¿eh? ¿No tenemos memoria, acaso? ¿O nos da igual una pobre gallinita a la que su madre deja sola y todas las demás gallinas chungas pasan de ella? De verdad...

Alapryles y diablitos cumple una vez más con su función y vocación de servicio público y quiere poner a la disposición de sus innumerables lectores esta joya del arte y de las canciones de amor. (sólo la letra, que no la encuentro en el tubo y no sé bien cómo subirla).

Es la historia de amor entre un gallo y una gallina. Ella, muy coqueta y distinguida; él, un pobre trovador que, para declarar su amor a la callina, compuso una hermosa canción. Y a la luz de la luna, en la puerta del gallinero, con las palabras más esdrújulas que en un diccionario encontró, a la tan elegante gallina, el gallo así le cantó:

"En una góndola del Mar Adriático

un gallo lúgubre se apareció,

con una cítara bajo del brazo

los gallineros atravesó

y acomodándose en un palo gótico

templó la cítara y así cantó:

-Piedad del náufrago, gallina esdrújula,

sé tú la brújula de mi vivir,

y en esos túmulos del orden jónico

seás un tónico para el sufrir.

No me creas frígido porque esté apático,

soy poco táctico doncel de amor

siento en mi cóncavo pecho volcánico

amor satánico devorador.

Si a un sarcófago me inclino rápido

tu cuerpo lápido me cubrirá

y en el patíbulo por más patético

mi amor gallístico terminará".

Entonces, la gallina, ofendida, saltó de su palo dorado (??) y con un cubo de agua, al gallo romántico bañó. Y el gallo trovero, humillado, se fue en busca de su diccionario y compuso una nueva canción, y a la gallina, tan altiva, de esta forma insultó:

"-Gallina histérica, gallina insólita,

analfabética, genio mortal,

óxido tóxico, naranja cítrica,

y olor ardiente de un basural.

Gallina fláquita, gallina cójita,

tú eres más fiérita que la maldad

y si mi cántico no te ha gustado

lágrima púrpura derramarás."

Ya está. Ya saben todos la clase de cosas que me intoxicaban de pequeña. Supogo que esto les ayudará a entender muchas cosas. De nada.

 

 

Lunes Musicales

El sábado, mientras yo me tragaba un rollo infumable en el Guimerá (una obra ahí sobre los libertinos, los pobre...), se celebraba en Las Palmas la fiesta del año. La organizaba Él, además. Y estaban, entre otros, Ella y Ella. A don Manuel Ruiz de Lopera pongo por testigo de que en la próxima, que la habrá, no lo dudo, estaré en la puerta del local desde las tres de la tarde.

Mientras tanto, los dejo con la canción que me habría hecho cantar a voz en grito. La canción del Netito ;-)

Buen lunes! 

Todo lo que sé.

Sé que Juan Ramón Jiménez nunca daba por terminado un poema, víctima de alguna clase de afán perfeccionista, o algún complejo, o vaya usted a saber. Sé también de la enemistad que tenía con Antonio Machado quien, por cierto, era tan despistado que la mayoría de las veces dejaba caer la ceniza del cigarro que estaba fumando sobre su chaleco. Sé también que existe un pueblo en la provincia de Sevilla llamado Bollullos de Lamitación, donde las malas lenguas afirman que los forasteros son arrojados al pilón, aunque también sé de buena tinta que no hay documentos que lo atestigüen; y conozco la existencia de un pueblo muerto en el que todos están muertos, como muerto está el que me contó la historia, un tal Juan Preciado, hijo de Pedro Páramo, muerto también. Recuerdo también la fórmula de la ecuación de segundo grado, la diferencia entre monocotiledóneas y dicotiledóneas, las partes de la célula y el nombre de los ríos del Este de la Península Ibérica (los otros no), y las cinco declinaciones del latín y las tres del griego. Sé decir "la religión es el opio del pueblo" en alemán.

En otro orden de cosas, más práctico, si quieren, puedo meterme el puño dentro de la boca, terminarme una novela de quinientas páginas en dos días, subirme a los árboles y a los riscos, guiñar un ojo (por el contrario, no puedo levantar una ceja) y ver la tele mientras leo. Conozco al menos veinte acordes en la guitarra, y me sé entera la letra de ‘La Gallina Esdrújula', ‘El Show de Perro Salchicha', algunas canciones de los Beatles y la mayoría de las de Marisol. Sé hacer aros de humo con el tabaco, fumar en pipa, recortar hombrecitos de papel de manera que queden todos unidos por los brazos, ponerme bizca, desenredar cintas de cassette y volverlas a poner en funcionamiento, y recoger cosas del suelo con los pies sin necesidad de agacharme.

Entenderán, por tanto, que no pueda aprender cosas útiles, como conducir (sobre todo conducir), o usar el Photoshop, o recordar para qué lado se sacan los tornillos, se encienden las luces o se cierran los grifos, porque tengo la capacidad de almacenaje cubierta con aquellas cosas. Que de momento no sirven de nada, pero nunca se sabe.

El que busca no siempre encuentra.

Cuando yo era chica, había una serie medio odiosa y catastrofista de un koala coñazo que se llamaba Mofli. Seguro que se acuerdan. Era el último koala que existía en el mundo y estaban todos obstinados, detrás del bicho de las pelotas, unos para usarlo como atracción en el circo, otros para colocar su cabeza disecada en una exposición, otros para... bueno, ya no me acuerdo para qué más lo querían. El caso es que pasaban no sé cuántos capítulos y sus reposiciones detrás del bicho, y una niña rubia súper coneja escondiéndolo y dándole cachos de eucalipto, porque el oso era tan vago que ni eso. A mí, en realidad, los que me daban pena eran los pobres que se pasaban media vida buscándolo, porque sabía que sólo había uno y que al final se lo iba a quedar la niña rubia, porque su padre era inválido y bastante desgracia tenía con eso.

Me he estado acordando estos días de los infelices caza-moflis. Y eso que yo sólo quiero encontrar una funda de neopreno para mi portátil de 10 pulgadas. No debería ser tan difícil como lo del koala, ¿no?

Lunes Musicales

Estoy intentando recuperar la normalidad de mi vida social, así que el sábado me planté en una cena-karaoke (un par de semanas antes habría rechazado "amablemente" la invitación, vean que me lo estoy currando).

Entre copa y copa de Azpilicueta acabamos haciendo una especie de concurso chicos contra chicas. Ganamos nosotras, claro está, gracias, entre otras cosas, a regresiones a la adolescencia como esta. Disfrútenla en este lunes lluvioso (ay).

Soy una incomprendida.

 

Para María Hernández Martí, por la espera :-)

Ustedes no saben la clase de agotamiento físico, mental y espiritual que estoy sufriendo últimamente. Si consiguieran hacerse una idea y fueran seres empáticos no pararían de mandarme correos de apoyo, tartas de manzana, ramos de flores de enferma y paquetitos de galletas surtidas, para intentar aliviar el estado en el que me encuentro. Definitivamente, un ser humano no puede vivir así, los sucesos que tienen lugar en estos días no son compatibles con la vida, con la vida digna, al menos, y el futuro se me presenta profundo y oscuro como un agujero negro que amenaza con chupar la poca energía que tengo en cuanto ponga un pie en el horizonte de suceso, que calculo que vendrá llegando allá por enero, al paso que vamos. No crean que exagero, esta vez es en serio. De esta colapso.

He contado varias veces que estaba enganchada a algunas series (en Internet que para algo soy moderna y llevo gafas de pasta). Naruto, Lost, House, y poco más. Seguía un ritmo agradable, ágil pero fácil de aguantar. Algunas me las bajaba por temporadas y me daba un atracón; otras, aguardaba pacientemente, semana tras semana, y me bajaba el capítulo correspondiente, siempre el mismo día más o menos a la misma hora. Todo tenía un orden, una maravillosa rutina que es la que nos ayuda a los loquitos a manejarnos con el resto del mundo. Pero todo se jodió. No sé en qué momento, ni cómo, ni de quién es la culpa (supongo que del gobierno) de que ahora mi vida sea un caos y mi disco duro algo parecido al almacén de un ultramarinos mal organizado, pero sepan que pienso encontrar al responsable antes de que me estalle la neurona y me lleven atada pidiendo que alguien acabe con mi triste vida.

En algún momento, supongo que en pleno mono de ‘Perdidos', empecé a ver ‘Ugly Betty'. Luego me recomendaron ‘Los Informáticos'. Hernán Casciari no paraba de hablar de ‘Cómo conocí a vuestra madre' y de ‘The Office' en su blog. Mi amiga Almudena no paraba de hablar de los capítulos de ‘Dexter' que yo aún no había visto, y por culpa del rollo revival ese que hay ahora, me dieron ganas de volver a ver ‘Malcolm', así que puse a la mula a trabajar, a fin de cuentas, el día tiene 24 horas, y podría llenarlas todas con mis series favoritas, comida, agua y tabaco.

Y ahora viene mi jefa a decirme que para poder ganar algo de dinero tengo que ir a currar, como si ver todos los capítulos de esas series no fuera suficientemente trabajoso y agotador. Y el gobierno que de darme una baja o una incapacidad nada de nada, que estoy fuerte y lozana y en plena edad productiva, que me deje de boberías.

¿Algún consejo?